Jazz lejos del Bayou vs jazz púrpura y oro

El mano a mano entre los Utah Jazz y los Lakers por el último puesto de play-offs, con la temporada ya entre estertores, no ha sido ni jazzístico ni lacustre a pesar de los apodos. Como todo el mundo sabe, el de los angelinos proviene de cuando la franquicia estaba radicada en Minneapolis y la rodeaban lagos. Y el del equipo mormón, de su primer lustro de existencia con sede en Nueva Orleans. En la cuna del jazz, un concurso decretó que la música alumbrada en la ciudad sería el mejor emblema para Pete Maravich y compañía. Luego el traslado en 1979 a Salt Lake City ligó el club a un remanso de agua salada y dejó sin sentido el mote artístico. ¿Y la relación del jazz con los Lakers? Agridulce, cuando menos.

El disgusto de Kareem al ver cómo se chamuscaba en el incendio de su vivienda californiana su inmensa colección de vinilos del género resulta comprensible. No en vano el pívot (en la foto, con Sonny Rollins) ya había decidido titular Giant steps su primer libro autobiográfico, en homenaje a una de las obras maestras del saxofonista John Coltrane: su quinto álbum (1960), debut en Atlantic y primero compuesto todo por él (una banda británica de pop, The Boo Radleys, pretendió por cierto idéntico tributo al bautizar tal cual su ambicioso y muy recomendable doble disco de 1993). Los pasos de gigante de Kareem llegaron coescritos por Peter Knobler. ¿Un experto en baloncesto? Más bien en asuntos musicales, pese a tener en su haber el relato de otra trayectoria alrededor de la canasta: la de Hakeem Olajuwon. Knobler fue durante casi toda la década de los setenta editor jefe de Crawdaddy!, primera revista seria de rock(antes de Creem o Rolling Stone). Desde sus páginas impulsó, por ejemplo, a un primerizo Bruce Springsteen tras verlo actuar para los presos en Sing Sing (aquí la historia en detalle). Y la sintonía con el Boss acabó por convertir a Knobler años después en mánager de su lugarteniente Clarence Clemons, también hombre pegado a un saxo hasta su fallecimiento hace dos años.

En febrero se apagó el ya octogenario Donald Byrd, trompetista de jazz (no ajeno al funk o al R&B) que puso música a los pinitos en el cine de otra estrella laker, Jamaal Wilkes. El alero protagonizó junto a un Laurence Fishburne aún adolescente Cornbread, Earl and me. Wilkes, entonces miembro de los Warriors, encarnaba en ese filme de 1975 a un jugador de baloncesto idolatrado por el vecindario. A una de las proyecciones acudió Cedric Maxwell con un compañero de la Universidad de Charlotte que le encontró suficiente parecido con el protagonista como para colgarle el sobrenombre de Cornbread. La gracia prosperó en la prensa de Nueva York cuando salió elegido MVP en el NIT de 1976. Y la historia de Maxwell con los pros ya se sabe: dos anillos, MVP de la final del 81 y su camiseta retirada por los Celtics. Llamativo cambio de acera para un apodo inicialmente laker en la ficción, el del mismo Wilkes cuya camiseta ha comenzado a pender este curso del techo del Staples. Vale la pena echar un ojo al tráiler de la peli:

Y mientras Kareem aceptaba de manos de Hillary Clinton en 2012 su nombramiento como embajador cultural de Estados Unidos recordando a su admirado Louis Armstrong (recibió de John Kennedy la misma encomienda), conviene hacerse la gran pregunta: ¿existe jazz en Salt Lake City? Hay que rastrearlo. En este link, una lista de locales de la capital de Utah destinados a cultivar en directo dicho estilo, con el club The Bayou a la cabeza para que no falten los lazos con Nueva Orleans. El Bayou Country es la zona pantanosa del sur de Louisiana que abarca desde Houston a Mobile (donde Dylan y Kiko Veneno se atascaron con el blues de Memphis) y tiene como centro Nueva Orleans. Y ya sea grande o esté triste, como cantaron entre otros Rod Stewart (Big Bayou) o Roy Orbison y Linda Ronstadt (Blue Bayou), siempre acaricia el oído.

Ramón Fernández Escobar

@RamonFdezEs 

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