Trasladémonos al 17 de enero. ¿Werewolves of London sonando en el O2 Arena londinense? Sí, el pildorazo sobre hombres-lobo del genial Warren Zevon. Werewolves y no Timberwolves, aunque el estribillo presidiera en su día la toma de posesión del exgobernador de Minnesota y vieja figura del wrestling Jesse Ventura. Al fin y al cabo, no son Ricky Rubio y sus compañeros los que acuden a Londres a jugar un partido oficial de la NBA. Tampoco los Lakers, pese a que el autor de dicha canción, siempre bromista, se permitía nombrar a veces a Jack Nicholson en el papel del licántropo.
Más decibelios. Retumba ahora London calling de The Clash. Su letra apocalíptica no pega con la fiesta del O2 abarrotado. Claro, que tampoco parecía lógico su uso en la campaña de cuenta atrás hasta los Juegos. Londres 2012 no padeció heladas, hambrunas, errores nucleares o ríos desbordados como los que cantaba Joe Strummer. Incluso Carmelo Anthony y Tyson Chandler aprovecharon para proclamarse campeones olímpicos. Fue en este mismo O2 Arena al que ahora regresan con los Knicks para medirse a los Pistons. Y aunque los de Motown ejercen de locales, los neoyorquinos van a sentirse como en casa.
Enseguida a la interpretación del himno británico de Alexandra Burke se la tilda en las redes de americanizada. Quizá porque le da un aire de baladón. Los oídos al menos agradecen que un producto de un show televisivo, como es su caso, no grite al cantar. Y el Madisonparece mudarse desde la Gran Manzana a la metrópoli inglesa. Spike Lee a la cabeza, sin descubrir la suya. Walt Frazier, fardón como siempre. Iman Schumpert, después de muchos meses lesionado, tan a gustito calentando: lo canturrea todo, del rap que cultiva en su otra faceta al One love de Bob Marley. Tintinean copas de champán en filas VIP sin que nadie choque con la camarera. Resuenan los cánticos de MVP para Melo. Y el organista Ray Castoldi, tal como lleva más de dos décadas haciendo en el Madison, da la turra sin parar con su instrumento. Añejas y dulces tradiciones.
Melómanos con paciencia para la tecnología interactiva podían encontrar refugio antes del encuentro en el propio complejo del O2, dado que alberga el museo del pop británico. O mejor dicho, la British Music Experience, interesante pero inabarcable recorrido por la historia que va desde el jazz y el skiffle pre Beatles a estrellas recientes como Amy Winehouse. Para escuchar con auriculares y ver todo tipo de fetiches, incluidos instrumentos y trajes de los artistas.
Y los que pasen de aquí al 3 de febrero por Londres están a tiempo de visitar dos exposiciones fotográficas muy recomendables en el propio museo: la de Daniel Kramer sobre Bob Dylan y la de Jim Marshall sobre The Rolling Stones, que actuaron en noviembre en el O2 Arena. El primero convivió con Dylan durante un año, entre el 64 y el 65, tiempos de dominio de los Celtics en la NBA. El bardo de Duluth estaba en otra cosa: pasar de trovador folk a cantautor eléctrico, al margen de sus amoríos con Joan Baez. Kramer captó emblemáticas imágenes en blanco y negro de ese proceso (se pueden ver en este link y en este otro) además de ser el responsable de portadas tan célebres como la de Bringing it all back home o la de Highway 61 revisited. Marshall (nada que ver con el otro Jim Marshall, famoso fabricante de altavoces) retrató a innumerables luminarias del rock. Suyas son, por ejemplo, la foto de Jimi Hendrix quemando su guitarra en Monterey y la de la peineta de Johnny Cash. La revista Life le encargó en 1972 seguir la gira por Estados Unidos de los Stones. Se ganó su confianza y le invitaron incluso a las grabaciones finales de Exile on Main Street (todas las fotos en este link). Una duda: ¿cabrían comparaciones entre el backstage del Forum de Los Angeles ocupado por Jagger, Richards y compañía (ver aquí) y el vestuario de Wilt Chamberlain y demás jugadores de los Lakers? En 1972, el equipo púrpura y oro le ganó el anillo a los Knicks por un muy festejable 4 a 1. Y con Jack Nicholson pagando ya religiosamente su abono. Hubiera o no luna llena.
Ramón Fernández Escobar